Escribiendo una novela on-line

Bienvenidos a la cocina de una novela. Dia a dia, encontraran publicado el refinamiento del material original de mi novela "Santana". Que lo disfruten.

Name:
Location: Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, Spain

Supongo que me parezco a lo que imaginan de mi mis lectores.

Saturday, January 12, 2008

Guitarrero

Supongo que no lo saben, pero además de ciber-novelista soy guitarrero aficionado. De tal suerte que, en mis escasos ratos de ocio, me busco canciones con acordes para guitarra y me pongo a torturar a los vecinos.
La cuestión es que uno de los grandes problemas de todo guitarrero, es amoldar la canción al deslucido registro vocal con que viene uno equipado. Solía ponerme a transportar con papel y lapiz, hasta que finalmente hace una semana me cansé. Así es que escribí un programa y colgué el resultado en internet para no tener que acordarme de donde lo puse.
Los que visiten www.transposer.org, se van a encontrar una página bien minimalista: Con poco más que un formulario y un boton. El funcionamiento está chupado:
Ustedes van al sitio donde está la canción que les interesa. La copian. La pegan en el formulario de transposer. Eligen la nota a la cual la quieren transportar y hacen clic en el botón de transportar.
Si todo va bien, en lo que tardan en pestañear, les aparecé la misma canción transportada y lista para imprimir. El único requisito es que tiene que estar en cifrado americano. Lectores guitarreros: ¡Que les aproveche!

Tuesday, August 22, 2006

Buenas nuevas para lectores ortodoxos


Al fin SANTANA versión web


Si sos de esas personas ansiosas a las que les gusta leer desde el final hacia el principio. Este formato de blog es para vos. Pero si sos de los que prefieren enterarse del final, cuando toca, aqui la venías teniendo chunga.
La cuestión es que hoy tengo una buena nueva. Resulta que Google (¿quien sino?, son tan buenos que dan miedo) ha creado un sitio de hosting y edicion de paginas webs gratuito llamado Page Creator apenas lo vi pensé en los abnegados lectores de Santana. Así es que me arremangué un rato y empecé la migración. Total que para leer esta maravillosa obra como Dios manda haz clic aqui y a pasar página de derecha a izquierda.
Aunque en rigor si te gusta ir de atras adelante igual te sirve porque tiene un formato web con menu en los capítulos.
Aún no la subí toda, pero de aqui a que te leas los 10 capitulos que subi ya encontrarás el resto.
Saludos y a disfrutar que es gratis.

Friday, September 16, 2005

¿Y ahora que?

Me han llegado correos de gente que consideraba que con el fin de Ana Santana su vida ya no tenía sentido. Alguno incluso juraba que de encontrar el viejo hotel de la calle San Lorenzo iría hasta la ultima habitación y abriría la ventana de par en par para arrojarse tras los pasos de nuestra heroína. A esos talibanes de Santana dejenme decirles: No sean tan extremos. La vida aún puede depararles maravillosas sorpresas.
Sin ir más lejos tal vez comienze a publicar otra obra. Asi es que si quieren mandarme sus correillos prometo avisarles cuando comienze nuestro siguiente encuentro literario. Pero ya que estamos y saliendonos de la literatura para entrar en la más pura realidad, dejenme contarles una inquietante historia sin final que estoy viviendo por estos días.
Sabran ustedes que yo vivo desde hace unos añetes en Las Palmas de Gran Canaria. Bien, en el corazón de Triana, más precisamente en la intersección de las calles Viera y Clavijo y Buenos Aires hay un negocio que vende instalaciones de cocinas. Y a pocos metros un bareto donde suelo ir a escuchar buen jazz artesanal. Resulta ser que noches atras a alrededor de la una de la mañana pasé por la esquina en cuestión. Como estoy aún terminando las reformas de mi casa me detuve en la vidriera de la casa de cocinas. Estaba observando interesadamente una isla de madera cuando en el reflejo de la vidriera vi una mujer de poderoso culo. Desde siempre yo, en la dicotomia entre culonas y tetonas (las mujeres que tienen buenas tetas y buen culo no existen) he elegido a las primeras. Hago este comentario personal para que entiendan porque inmediatamente deje de posar la vista en la isla de teca para concentrarme en intentar aumentar la resolución de la imagen del maravilloso culo que tenía a mi vera. Así es que viendo en el reflejo que la dama se alejaba giré sobre mi mismo para permutar la imagen virtual por la real. A estas alturas Ustedes ya estarán pensando ¿pero este boludo me hace perder mi valioso tiempo para contarme que vio una mina que tenía un buen culo?
Y la respuesta es no. Y eso es lo más inquietante. Al girarme para verla irse caminando no vi más que la calle vacía. Busque con la vista en la vidriera y alli seguía alejándose pero no había ningún correlato en la dimension que habitaba yo. De hecho estaba solo en la calle. Permanecí todavía unos instantes y finalmente empecé a caminar hacia casa. En la noche solo se oían mis pisadas por Buenos Aires, calle arriba.

Escribanme. Seguimos en contacto.

Thursday, September 08, 2005

Final

LXVIII



Lo primero que Ana buscó con la mirada fue al pelado. Pero este ya no estaba. En su lugar había un pibe con cara de sobrador que leía una Play Boy y que, a juzgar por la baranda, acababa de fumarse un porro.

- Dame la habitación del último piso... esa. -dijo Ana, impaciente, señalando el viejo chapón de medio kilo.

El flaco la miró a ella, lo miró a Oscarcito y se rió. “Que buen fumo”, pensó mientras le alcanzaba la llave.

- ¿Paga ahora, abuela?

- Si -contestó ella abriendo distraída la cartera.

-¡Tomá! -le dijo sacando todos los billetes que tenía y poniéndolos en parva sobre el mostrador.

- ¿Eh, qué hace? -preguntó el pibe sorprendido.

- Está bien, quedate con el vuelto.

El flaco se encogió de hombros y sorprendido y solicito dijo:

- Gracias...abuela. ¿Quiere que la acompañe, abuela?

Ana sonrío.

- No me hace falta “nieto” -recalcó-. Sé de sobra como ir.

Y tomada de la mano de Oscarcito comenzó a trepar los infinitos escalones.

Todo le traía recuerdos; las escaleras ensortijadas, el olor de la madera, la humedad, el polvillo, el rechinar de los escalones. Ana miraba, aspiraba, tocaba, y era como si repasara viejas fotos. Multitud de recuerdos felices se le vinieron encima alegrando su alma cansada.

Y cuando finalmente llegaron al rellano del último piso, los ángeles interrumpieron a los gritos su eterna orgía.

- ¡Es ella!, ¡es ella! -clamaban felices y soprendidos. Y Ana escuchó, gozoza, las corridas y las voces, en el fondo brumoso y oscuro del pasillo.

Abrió la rechinante puerta y entraron los dos a su vieja y querida habitación. Apenas cerró, los ángeles se abalanzaron sobre la cerradura. “Esta no me la pierdo” decía uno y todos reían y el que se agachó primero a espiar gritó “Eh ché, ¿quién me esta culeando?” y el pasillo era un jolgorio celestial.

Ana dejó la cartera sobre la cómoda desvencijada y se desnudó recorriendo con la mirada cada detalle. Aspirando ávida el aire plagado de olores que resucitaban en su mente viejas escenas de “aquellos” tiempos color sepia: La cómoda donde Jorge encontró la carta, el baño donde iba a mear de refilón, la cama de resortes oxidados, las paredes escritas (donde figuraban todos sus amores enmarcados en desprolijos corazones de virome azul). Y encontró todo igual. Porque el tiempo solo había pasado sobre ella.

Huy, está echa un escracho, pobre Ana”, observó un ángel. “A ver dejame a mi... ¡Si!. ¡Ni sombra de aquellas tetas!”, confirmó otro. “Si, pero al bobo mucho no le frega” dijo otro viendo como Oscarcito con los ojos inyectados en leche se le tiraba encima.

Los ángeles entonces, rieron admirados de dos cosas: del tamaño del pene de Oscarcito (muy bien dotado como todos los mogólicos) y de la virilidad que tenía y que le permitió echarse dos al hilo. Ana estaba tan contenta que acabó las dos veces. Después del segundo, Oscarcito descansó un poco pero en seguida se le paró la matraca de nuevo y se echó un tercero. Finalmente, Ana lo detuvo.

- Bueno, descansemos un poquito ahora. Me arde un poco, mi amor -propuso dolorida y felíz. Y Oscarcito asintió con una sonrisa boba y satisfecha.

Entonces Ana se sentó en la cama y se prendió un faso. Oscarcito se apretó junto a ella. Mientras fumaba, ella comenzó a rascarle la cabeza, canturreando bajito “La Catalina”.

- Estaba la Catalina... sentada bajo un laurel... -cantaba dulcemente acariciándole el pelo.

Y antes de terminar el faso, observó que Oscarcito ya estaba en un mundo feliz. Con una mirada maternal, Ana, continuo acariciándolo ya dormido. Hasta que sintió golpecitos suaves en las persianas.

Saltó de la cama ansiosa y emocionada y con una mano temblorosa tomó la falleba. Abrió la persiana con un chillido oxidado y sintió que las piernas le flaqueaban y que el alma le inflaba el cuerpo, cuando con la piel de gallina vio aparecer detrás de la celosía a todos sus muertos queridos. El Dos, su abuela, Ema, Herberto con Rubencito en brazos, Alfredito y muchos más estaban allí mirándola con infinita ternura.

Ana sintió que no cabia en si de la alegría.

- Queridos míos, queridos míos -repitió conmovida hasta la congoja.

- Mi nenita -dijo la abuela.

- Mi verdadero amor -dijo el Dos.

- Ana, querida -dijo Ema.

- Ana, midá, estamos con Dubencito espedándote -exclamó Herberto levantando la canastita.

- Vas a ver las poesías que te hice, Ana querida -le sonrió Rubencito.

Y ella llorando de felicidad exclamo:

- ¡Están todos!... ¡Están todos!

Y ellos se miraron con complicidad y dijeron:

- Si, estamos todos y te tenemos una hermosa sorpresa...

Y abriéndose en abanico dieron paso a una intensa luminosidad que se fue disipando lentamente, para finalmente, dejar distinguir a la criatura más bella que nadie nunca pudo imaginar. Y Ana extasiada reconoció en seguida (por el agujero cuadrado que lo traspasaba de lado a lado) a aquel hermoso ángel de sus sueños.

- Ana... -le dijo éste con una dulce sonrisa- has cumplido tu hermosa tarea. Ya es hora de que ocupes tu lugar...

Y extendiendo las manos, a través de la ventana, tomó las de ella para ayudarla a cruzar. Ana tocó aquellas manos y una sensación de liviandad y felicidad suprema la embargó. Pero antes de pasar volvió una mirada conmovida hacia Oscarcito y suplicó:

- Señor, por favor... es tan débil, pobrecito...

Y ya no necesitó decir más. El hermoso ser asintió y volviéndose hacia donde estaba Oscarcito sopló muy suavemente en su dirección. Su soplido movió apenas los cabellos del bobo. Luego la miró a Ana y le dijo:

- Y ahora ven con nosotros, SANTA ANA SANTANA.

Y Ana gozoza y santa se aferró a aquellas manos luminosas y saltó a la eternidad.


FIN





LXIX (Epílogo)



Al despertar Oscarcito se sintió extraño. Como si un caño de dentro de su cabeza se hubiera destapado de golpe. Vió su reflejo en el cristal de la ventana y aunque tenía la misma cara de siempre, sintió lo que no había sentido jamás: la tristeza del conocimiento. Y comenzo a llorar, como un recien nacido.
Y allí mismo, sobre la mesa desvencijada de la habitación donde ahora estaba más solo que nunca, escribio de un tirón los versos que ahora se han convertido en la oración que todos rezamos cuando le rogamos a Santa Ana Santana la bendicion formidable del amor:



SANTA ANA SANTANA




Santa Ana de los tristes

y de los desolados

de los de manos inquietas

por el amor denegado

Yo te lo ruego Santa Ana

líbrame del miedo eterno

que andando solo el camino

es más infierno este infierno


Prende una luz de pasión

para iluminar mi vida

y déjame escapar del mundo

entre dos piernas queridas


Santa Ana de los tristes

y de los desolados

que llegue pronto mi fin

si el fin es ir a tu lado.






Mario La Menza


Sunday, September 04, 2005

Capitulo LXVII

Hacía un calor asfixiante y los rayos del sol retorcían el aire sobre el asfalto aquel mediodía de Diciembre.

Ana y Oscarcito intentaron entrar a almorzar en dos restaurantes. Pero en los dos tuvieron la misma respuesta: que lo lamentaban mucho, que los disculparan, que lo lamentaban de nuevo, pero que por las reglas de la casa no se permitía ingresar ni animales, ni deficientes mentales. Afeaban el local.

Con el primero Ana quedo tan estupefacta, que pegó media vuelta sin decir ni a. Y recién caminando en la vereda masticó la bronca.

Pero con el segundo explotó. Ante la mirada sorprendida y avergonzada del mozo gritó:

- ¿Pero que mierda se creen que son? ¡hijos de puta! ¡es preferible no tener cabeza a no tener corazón! ¡mierdas!

Y tomando de la mano a Oscarcito, salió dando un estremecedor portazo. Ya en la calle, descartó probar con otro restaurante y puso rumbo a los carritos del bajo.

Caminando bajo las sombra fresca de los arboles, llegaron a uno de los carritos de la Avenida Belgrano. Compraron dos jugosos lomitos y se sentaron a comerlos en un banco de cemento, frente al monumento. Trataron de pasar el sandwich tomando agua de un bebedero cercano pero esta salía tan caliente que daba náusea. Así es que Ana le compró a Oscarcito una gaseosa que lo llenó de graciosos eructos.

Realmente el día no daba para caminar, pero terminado el lomo, Oscarcito, sacó repetidamente la lengua (señal de que quería un helado). Y como en el carrito se habían terminado, Ana comprensiva lo tomó de la mano y volvieron al centro.

Entraron a la peatonal por Laprida y en la primer heladería que encontraron compraron dos helados. Luego, siguiendo el sendero de la sombra, los comieron mirando vidrieras.

Ya llegando a Sarmiento, Oscarcito le tironeó de la mano para ir hasta la vidriera de una jueguetería. El negocio estaba cerrado, fuera de horario. Frente a los juguetes el pavote se puso eufórico. Con la cara brillante de helado señalaba todo. Y todo a los gritos. Un traje de Batman, los autitos, una ametralladora, las muñecas y hasta la registradora de cuatro totales que descansaba sobre el mostrador. Oscarcito era un consumista en potencia.

Ana lo esperaba, pegando las últimas legueteadas a su helado, cuando sintió sorprendida que la agarraban de las tetas. Se dió vuelta instintivamente, pero no había nadie detrás. Buscó luego su reflejo en la vidriera y difusa tras el cristal, apareció ella sola (Oscarcito estaba con la cara apretada contra el vidrio). Cuando la sensación se repitió, bajó pasmada la mirada hasta sus pechos y vio que estos se deformaban como si dos manos invisibles los apretaran. Y entonces sin poder contenerse esbozó un grito espantado. Pero de repente, como un rayo de luz en la penumbra, se le aparecieron los versos finales de aquel poema del Dos:



Y me iré los sábados a la peatonal

y amparado en la nada que lleve de ropa

y en la muerte absurda y en su impunidad

tocare los culos, las tetas, las conchas

y seré feliz toda la eternidad.


Con ojos increíbles Ana gritó en voz alta:

- ¿Dos?, ¿sos vos? -Y puso las manos sobre el pecho para tocar a esas otras manos invisibles.

- ¡Dos! ¡Mi amor!, ¿estás acá? -insistió radiante ante la mirada boba de Oscarcito. Pero ninguna voz le respondió. Y entonces, como una señal, las manos invisibles apretaron alternativamente las dos gomas.

- ¡Si sos vos apretame la teta izquierda! -rogó ella, súbitamente inspirada. Y la respuesta llego entonces con unos dedos invisibles hundiéndose en su pecho izquierdo.

Ana sintió que se le erizaba la piel y el cabello. Permaneció anonadada unos instantes. Acariciando embelesada aquellas manos invisibles y repitiendo:

- ¡Mi amor! ¡mi amor! ¡mi amor!

Y luego, casi con urgencia, preguntó

- Mi amor, ¿nos vamos a volver a ver?

Las manos entonces apretaron alternativamente los pechos y enseguida ella codificó:

- ¡Si nos vamos a volver a ver apretame la teta derecha!

Y al instante y felizmente, la teta derecha se deformó.

- ¿Y falta mucho?... -inquirió ansiosa- Apretame la derecha si falta mucho y la izquierda si falta poco.

Y fue, maravillosamente, su teta izquierda esta vez la que se hundió.

Ana estaba pletórica.

- Mi amor, mi amor, mi amor... -repitió sin saber donde mirar y un tipo que pasaba, sofocado de calor, exclamó con una sonrisa socarrona:

- Oia, la novia del hombre invisible.

Pero ella no lo oyó. Preocupada por una súbita liviandad, se recorría el cuerpo con las manos. Buscando, anhelante y angustiada, el fantasma del Dos. Pero este ya no estaba allí.

En ese preciso instante, pasaba desfilando por enfrente una de las clásicas yeguas rosarinas: Rubia, tostada, con un desquiciante pavo (tapado apenas por una breve minifalda blanca) y dos maravillosas tetas equilibrando por delante.

La niña venia, felina y ondulante, cuando súbitamente, (y poniéndose una mano sobre el globo izquierdo y la otra entre las nalgas) saltó desorbitada por el aire.

- ¡Hijo de puta! -exclamó Ana con una sonrisa emocionada. Y Oscarcito excitado por la visión manifestó con insistencia:

- Edo ulia, edo uliaaaa... ¡edo uliaaaa!

Ana se volvió hacia el y asintió con una sonrisa bondadosa.

- Si vamos. Vamos a ir a un lugar adonde yo iba hace ya mucho tiempo.

Precisó feliz e inútilmente, (si Oscarcito no entendia nada). Y entraron a caminar hacia el viejo e indestructible telo de la calle San Lorenzo.

Pero esta vez fué ella la que lo tironeó a Oscarcito. Y aunque estaban a cuatro agobiantes cuadras, llegaron enseguida.

Tuesday, August 30, 2005

Vieja bruja y el final

Queridos amigos todo tiene un final. Y nosotros ya estamos llegando al de nuestro breve periplo literario. Si, se termina nuestra apasionante cibernovela. En los proximos días publicaré el capítulo final de Santa Ana (el numero 69 para quienes les interese la numerología). Pero hoy y tal y como como lo prometí en anteriores bitácoras, les dejo la letra completa de Vieja bruja y un link para que puedan bajarsela (mp3 gratuitos). Está zipeada para engañar al hosting gratuito, pero hacen un doble clic y listo. Espero hayan la disfruten y seguimos en contacto. Saludetes.



Vieja bruja


Mira que eras mala, vieja bruja,

Cuando llegaste a mi jardín,

Yo que pensaba que todo es eterno,

Supe de pronto como era el fin.


Si no te detuvo una mirada tierna,

Si no te detuvo una lágrima gris,

Será que te importa muy poco del alma,

No es fácil ser bueno, sin ser feliz.


Después me he perdido en millones de historias,

Después me ha atrapado la voracidad,

Después me enterado que todo es en vano,

Después los contrario, y hoy, que más me da.


Sabré recibirte una mañana fría,

Una noche de enero, o un domingo de abril,

Te dejo la fecha y yo espero sin prisas,

El bruto secreto que me vas a decir.


Dejare jirones en hojas escritas,

En gestos de hijos, y en fotos de ayer,

Poblare el recuerdo de algún buen amigo,

Y de algún acreedor aferrado a un papel.


Pero mira que eras mala vieja bruja,

Que vas a volver algún día por mi jardín,

Y yo que andaré en mi segunda inocencia,

Volveré a enterarme que esto tiene fin.



Mario La Menza





Vieja bruja

Tuesday, August 23, 2005

Capitulo LXVI



A las ocho y treinta de la mañana del día quince de diciembre de mil novecientos ochenta y siete, Oscarcito y su padre batían palmas frente a la puerta de Ana.

- Hola... ¡que pinta tiene el novio! -exclamó Ana al abrir la puerta.

Oscarcito sonrío. Tenía puesto un traje gris que le apretaba los hombros, una camisa amarillita y una corbata marrón. El pelado no le iba a la zaga en mal gusto; pantalón marrón, saco verde musgo, camisa celeste y corbata floreada.

- ¿Y doña Ofelia? -preguntó Ana, inocente.

El calvo carraspeó, dibujó en su mente la imagen de su esposa (que dormía presa del soporífero que le había suministrado la víspera) y explicó:

- ¡Usted no sabe! Mi pobre Ofelia sufre de taquicardia, ¿vió?, y se puso tan contenta con la noticia que el corazoncito parecía que se le iba a saltar del pecho... así es que el médico tuvo que sedarla y recomendarle que se quede en cama... ¿puede creer que mala pata? - sonrío.

- ¿Pero que, no viene? -se extrañó Ana.

-Y no, si está sedada. Pero me recordó hasta el cansancio que le mande mil besos, gracias y felicitaciones.

- Y tanto como para cambiar de tema, el pelado sonrío galante y mintió- ¡pero usted si que está elegante, Doña Ana!

Ana le retribuyó la sonrisa e hizo un gesto de no darle importancia. Sabía que era imposible. Si hasta podría pasar por la madre del pelado.

- Bueno, vamos yendo... -exclamó saliendo y cerrando la puerta- yo había pensado en usted y su esposa como testigos, pero ahora tendremos que pedirle a alguno de los empleados del civil...

- Si, no va a haber problema -descontó el pelado.

- Auauauaua -opinó Oscarcito.

Y los tres caminaron hacia la Avenida para tomar un taxi. Ana y Oscarcito iban de la mano.

Tomaron un taxi negro y amarillo y se bajaron en la puerta del civil, que quedaba apenas a tres cuadras de la casa de “la dejada” y el mirador de partidos.

Apenás bajó del auto, Ana miró de pasada la vereda de enfrente y descubrió a Esteban, que rengueaba atrozmente hacia la Avenida. Levantó las cejas sorprendida, sonrío y lo llamó:

- ¡Esteban! ¡Esteban!

Esteban tardó en reconocerla. Pero finalmente lo hizo y se apuró a cruzar para saludarla.

- ¿Que hacés, Anita? -dijo Esteban, vivamente impresionado por el patético estado de su prima.

(El por su parte, como había envejecido de joven, lucía exactamente igual que antes)

- ¿Y vos? -exclamó Ana besándolo en la mejilla.

- Acá estoy... -sonrió resignado- con los trámites...

- ¿Trámites de qué?

- La transferencia de la pensión de la mami...

- ¿Todavía no la terminó? -exclamó Ana sorprendida.

- ¿Qué?... ¿no lo sabías?

- No, ¿que cosa? -preguntó Ana, que por el tono lúgubre de Esteban intuyó algo malo.

- Mamita murió -dijo Esteban con un nudo en la garganta.

- ¿Qué? ¡No me digás! -exclamó Ana- ¿Cómo fué?

- Murió parada... -dijo con los ojos brillantes- Esperando en la cola del Ministerio... Se dio cuenta un empleado cuando ya estaban cerrando y la vió ahí durita. Parada en el medio del hall...

- Ohhh... pobre...¿y nadie pudo hacer nada? -clamó Ana.

- Que va, me dijo el empleado que todos se apuraban a quitarle el lugar...

Ana puso una mano consoladora sobre el hombro de Esteban.

- Pobre tía...-suspiró y reflexionó- ya estaba viejita...

- Si, pobrecita... ya no tenía edad para hacer esas colas...

- Me dejás helada... lo siento... -dijo Ana con sinceridad.

Esteban hizo un gesto de resignación y ella le apretó el hombro para darle fuerzas. Como para cambiar el clima el rengo preguntó:

- ¿Y vos, Anita? ¿cómo andás?

Ana sonrío.

- Bueno, nos encontramos justo, porque vengo a casarme.

- ¡Te casás! -exclamó entre incrédulo y sorprendido. Y volviéndose, rápidamente hacia el pelado, dijo efusivo:

- ¡Lo felicito, señor! -al tiempo que le estrechaba la mano.

El pelado sonrío por las cosquillas que le hicieron los pelos de las manos de Esteban.

- Le agradezco la felicitación, señor. Pero es mi hijo el novio... -sonrió el pelado, señalando a Oscarcito con la mano libre.

Esteban se quedó perplejo mirando al pavote que sonreía detrás de sus lentes gruesos y verdes. Estupefacto, soltó al pelado y mecánicamente le extendió la mano a Oscarcito. Oscarcito se la tomó y empezó a samarrearlo alegremente.

- El es mi primo -explicó Ana volviéndose hacia el pelado, que intranquilo lo miraba a Esteban (a punto de perder el equilibrio gracias a la efusividad del bobo).

- ¡Oscarcito! -gritó.

Y el bobo lo soltó.

- ¿Porque no te quedás para la boda? ¿No te gustaría ser testigo? -Lo invitó Ana.

- Sí, dale. ¿Que me hace, perder un día de trámite?.. a esta altura... -razonó Esteban contento. Y entraron los cuatro a la repartición.

Desde el momento en que ellos entraron y hasta que se fueron, los empleados de la repartición no dejaron de reírse. El vendaval de carcajadas se desató no bien entraron al hall central:

- ¡Uia, la familia monster! -gritó una voz socarrona.

El padre de Oscarcito se volvió inmediatamente, con el ceño fruncido, pero solo encontró un conjunto de cabezas temblorosas, ocultándose reclinadas sobre los escritorios.

En ese mismo instante desde la oficina del juez de paz se asomó un tipo delgado y sonriente que resultó ser, justamente, el juez de paz. Reprimiendo una carcajada que le movía las facciones, les preguntó:

- Ustedes... ¿por que trámite están?

- Enlace -respondió sonriente el pelado.

El tipo, ya más sosegado, los miró a el y a Ana y les dijo:

- Bueno, pasen... necesitan dos testigos. El señor esta bien -dijo señalándolo a Esteban- pero necesitarían uno más -aclaró en obvia alusión a la nulidad de Oscarcito.

El pelado sonrío.

- No, señor juez. Yo no soy el que se casa con la señora... es mi hijo.

El juez lo miró, entonces, a Esteban.

- Perdone señor, pasen... aunque el problema sigue siendo el mismo.

- No, señor -negó el rengo y señalando a Oscarcito dijo- el novio es él.

El juez lo miró durante un instante con los ojos desorbitados. Y finalmente gritó:

- ¡¿El mongólico?!

Y estalló en una furibunda carcajada, arrastrando a sus empleados que entraron a revolcarse sobre los escritorios. Arrugando papeles, tumbando abrochadoras, frascos de goma y lapiceros se contorsionaban los cagatintas, tapándose las caras con las manos o agarrándose barrigas y tetas temblorosas.

Ana sonreía comprensiva. Pero el pelado los llamó enérgicamente al orden:

- ¡Por favor señor! ¡Esto es una falta de respeto inadmisible! !Pero que se han creído! -gritó por sobre el estruendo de las carcajadas.

El juez, avergonzado, pero sin poder dejar de reírse trató de disculparse:

- ¡Perdóneme, señor!... jajajaja... !Por favor... jijijiji ...le ruego que me disculpe, no se que me... jaja ja.. pasa!...jajajojijo... ¡no me puedo controlar!... jajajijijo...

Entonces sacudió enérgicamente la cabeza, recordó un par de parientes fallecidos y luego se animó a preguntarles:

- Pero... ¿saben que...jajaja... saben que él no puede casarse sin autorización? -logró terminar sobreponiéndose a la risa.

- Así es señor, ¡y yo soy el padre de mi hijo! -dijo memorablemente el calvo con la voz aflautada por los nervios. Y todos, tentados como estaban, comenzaron nuevamente a revolcarse de la risa.

Después de unos instantes el juez interrumpió sus imparables risotadas y dijo:

- Ah, muy bien... ¡López!

Uno de sus más risueños empleados fue hacia él.

- ¿Señor? -preguntó este con los ojos llorosos.

- Redacte la autorización de enlace y coloque en el documento una impresión digito-pulgar del mon... del novio -se corrigió a tiempo.

Lopez asintió apretando las mandíbulas, se volvió hacia Oscarcito y entre tentado y despectivo le dijo:

- ¡Veni, che!

Oscarcito paveando se fue detrás de él y López, ya frente a sus compañeros, lo señaló al bobo y dijo en medio de una carcajada:

- ¡Díganme si este no es el marido perfecto!

Y todos comenzaron a reírse ruidosamente y a intercambiar comentarios grotescos y maliciosos:

- Y... ¡seguro que tiene mas tripa que vos! -Gritó una de las empleadas.

- ¡Vos turra calláte que ni a uno de estos pudiste enganchar! -Se defendió Lopez y las carcajadas aturdían.

Mientras esperaban la redacción del documento, el pelado se mordía los codos de la bronca y Ana charlaba con Esteban sobre sus padres:

- Tu papá esta fenómeno. Cuando salí para el ministerio lo dejé mirando un partido que pasaban en diferido.

- ¿Y mi vieja? ¿Como esta?

- Bien también... siempre igual.

A Ana le tembló un poco la voz cuando preguntó:

- ¿Me odiará todavía?

- Noooo... no creo... -mintió Esteban.

- ¿En serio? -preguntó ella súbitamente animada.

- Si...

- La voy a ir a ver entonces. Apenas salgamos de acá me voy a ir a verlos. ¡tengo unas ganas!

Esteban se puso colorado. Carraspeó y se rectificó:

- No Anita, te mentí. Mejor no vayás. Tu mamá no te perdona y encima desde aquella vez parece que quedó delicada del corazón... nada grave, pero mejor no vayás... le puede caer mal.

Ana asintió en silencio. Los ojos le brillaban tristes. En ese momento pasó López, raudamente, y se metió en la oficina del juez de paz. Retumbaron algunas carcajadas y finalmente se oyó la voz del juez que los llamaba:

- ¡A ver los novios!

Entraron, entonces, ellos cuatro, seguidos por todos los empleados de la repartición. El pelado, Oscarcito, Ana y Esteban se pusieron, en ese orden frente al escritorio del juez. Y apretujados detrás de ellos, se ubicaron los risueños cagatintas. Solo faltaba una piba nueva, que habían mandado a comprar arroz de urgencia. El juez leyó la formula del matrimonio ante las miradas emocionadas del pelado y de Ana. Mientras tanto, Oscarcito papaba moscas y los empleados ahogaban risitas y cuchicheos maliciosos.

Cuando terminó de leer la fórmula el juez les preguntó “¿están de acuerdo?”.

- Si, señor -contestó Ana. Y todas las miradas confluyeron malvadamente en Oscarcito que seguía papando moscas.

- Contestále al señor. Decí que si... -lo instruyó el pelado.

- Contestá, mi amor -dijo Ana.

El bobo entonces con la boca abierta la miró a Ana, lo miró al juez (que ya tenía las facciones temblorosas), volvió a mirar a Ana y catastróficamente, dijo señalándola:

- ¡Teeetaaaa!

Cuando dijo esto la ceremonia estuvo a punto de naufragar: El juez y los empleados, se revolcaban sobre los muebles de la risa. La oficina entera era una marea de miembros palpitantes y carcajadas estruendosas, agudas, graves, afónicas y de todo tipo. Algunos corrieron al baño a mear de urgencia y más de uno no llegó a tiempo. Otros se rajaron hediondos pedos, que la risa les liberó con violencia. Y todo era un contínuo jolgorio donde resaltaba, estático y furioso el pelado. Que se hallaba al borde mismo del ataque de locura. Después de unos instantes de tragar hiel y apretando las mandíbulas, golpeó con furia sobre el escritorio. Sus golpes retumbaron en un súbito silencio.

- ¡Basta! ¡basta! ¡basta! -gritó rojo de ira y despidiendo llamaradas por los ojos.

Ante la ira del calvo, algunos empleados huyeron y el juez logró recomponerse un poco.

- Perdón señor... tiene toda la razón... pero es que esto... tiene toda la razón, pero comprenda por favor.

- Lo único que tengo que comprender es que usted y sus empleados son unos irrespetuosos -bramó el pelado.

Estuvieron unos instantes en silencio y finalmente el juez insistió con las disculpas.

- Perdón de nuevo señor. Tiene razón, perdón. Vamos a abreviar la ceremonia... Firme aquí, por favor -dijo señalando el acta.

El pelado entonces rodeó enérgicamente el escritorio y firmó el permiso, hundiendo con violencia la virome en el papel.

- Ahora responda usted en lugar de su hijo.

Les preguntó suscintamente si aceptaban el matrimonio y tanto Ana como el pelado, en representación de Oscarcito, aceptaron. Fueron a poner las firmas y luego fue el turno de los testigos. Esteban fue el primero. Rengueando dio la vuelta y puso una cruz en el acta. Luego fue el turno del pelado nuevamente. Firmó todavía con el ceño fruncido y recién después de la firma se permitió mirar a Ana y sonreír.

El juez con una sonrisa fruncida firmó el acta y le extendió una copia a Ana, diciendo pomposamente:

- Los declaro marido y mujer.

Todos aplaudieron con exageración y el pelado abrazó y besó a su hijo. Estaba emocionado. Tenía los ojos enrojecidos y le temblaba la barbilla. Un nudo le estrangulaba la garganta cuando le dijo, señalando afectuosamente a Ana:

- Querido... ella es tu señora, ahora... ¡ya sos todo un hombrecito!... -Terminó y cuando dijo esto algunas lagrimitas le mojaron las mejillas.

- Un hombrecito bastante pelotudo -murmuró una vocecita susurrante y los empleados, riendo alegremente, corrieron hacia la salida para repartirse el arroz con ansiedad.

Se ubicaron a los lados de la puerta formando un pasillo y apenas salieron los novios les arrojaron una lluvia de granos en la cabeza. Algunos tiraban con moderación, pero López y otros dos más se ensañaban con Oscarcito, tirándole violentos puñados en la cabeza. El bobo, siempre con la boca abierta, tragó decenas de granos.

Recién entonces, bajo el arroz, Ana tomó conciencia de su boda. Recordó el casamiento de María y recordó también cuando tiró ilusionada de la cinta que tenía la sortija y lo recordó al Dos y lo miró a Oscarcito y entonces no pudo más y se abrazó a él con fuerza, llorando. Y Oscarcito, contagiado, también empezó a llorar. Y entonces lloraron también el pelado, Esteban e increíblemente, hasta algunos de los empleados. Y así lo que antes había sido risa y jolgorio por el bobo de Oscarcito, por el mismo motivo se tornó en melancólica tristeza.

Luego de conmovedores abrazos, Ana se despidió de Esteban y de su flamante suegro. Este insistió en pagar un almuerzo para los cuatro, pero Ana les rogó que no se ofendieran pero que deseaba estar sola (con Oscarcito se entiende). Y así diciendo se fue por la vereda, con su flamante esposo de la mano. Rumbo al centro.

Capitulo LXV



- ¡Viejo! ¡Viejo!... ¡Vení!

El pelado canoso de cara fácil, llegó hasta el sitio de donde provenían los gritos. Era en la cocina. Sentados a la mesa estaban Oscarcito y su mujer. Esta última agitaba un papel en el aire.

- Mirá lo que le encontré al nene. Vení, tomá, leé. -Dijo extendiéndole la carta y batiendo records de órdenes por cantidad de palabras.

El pelado fué, tomó y leyó.


Rosario 14 de Diciembre de 1987.-


Señor Michelletti:

Le escribo estas líneas para comunicarle mi deseo de casarme con Oscarcito. La razón de esta es mi decisión de hacerlo heredero de mis bienes sin mayor trámite. Por este motivo le agradecería pasar por mi casa para, si está de acuerdo, ultimar detalles y escuchar sus sugerencias. Mi intención sería, en caso de contar con su aprobación, que la boda se realice a la brevedad.

Gracias.


Ana Santana.”


El pelado, sonriente, apartó la carta y miró a su mujer.

- ¿Que te parece? -exclamó. Y volviéndose a Oscarcito lo palmeó con fuerza.

- ¡Te felicito, macho!

- Auuaaua, teeeetaaaa -contestó Oscarcito.

- ¿O sea que te parece bién? -terció su esposa, extrañada.

- Bien no, ¡fabuloso vieja! ¡Oscarcito se va a casar! -exclamo eufórico. Y el pavote sintiéndose nombrado balbuceó:

- Nooovia, teeeetta, ulia, uliiiaaa.

Su mujer en cambio saltó como leche hervida.

- ¿Fabuloso? ¿Pero vos sós o te hacés?... ¿qué te creés que es nuestro hijo?... ¿vas a dejar que se case con una puta como esa?... ¿que tenés en la cabeza?... ¿no ves que es poca cosa para el nene?... ¿no ves que...

El pelado, harto de escuchar boludeces, la interrumpió:

- ¡Pará, pará un poquito! ¿No ves lo que es nuestro hijo?

- ¿Que tiene el nene? ¿que tenés que decir del nene? -se encocoró ella.

El pelado suspiró.

- Mirá Ofelia, el nene no es ninguna joyita. Y ya era demasiado lo que Doña Ana hacía por él. Y ahora encima...

Ella lo interrumpió.

- ¡No me hablés de “lo que hacía por él”! -gritó- ¡Si sabés que yo me opuse desde el primer momento a “lo que hacía por él”! -recalco irónicamente-. Fué por tu insistencia y para que no hiciera papelones en la calle que miré para otro lado. Pero esto ya no, es demasiado... ¡no! -repitió tajante- ¿me entendés?

- Pero ¿no te das cuenta del sacrificio que hizo esa mujer por Oscarcito?... ¡y encima ahora mirá lo que va a hacer para ponerlo de heredero!... ¡o te crees que es un orgullo...

- ¿Que vas a decir?... -volvió a interrumpirlo airada- ¡Vos sos el que no se da cuenta!... ¿no ves que esa quiere salvarse de vestir santos con nuestro hijo?... ¡ni loca voy a dejar que mi hijo cometa ese error! ¡para algo tiene madre!...¡estás loco!... ¿con todas las chicas lindas que hay se va a casar con ese vejestorio? -se preguntó.

El pelado la observó entonces con una expresión a medio camino entre el hastío y la lástima. Luego caminó hasta la puerta y antes de salir se volvió y le dijo:

- ¿Sabés una cosa?

- ¿Que?

- Vos sos más tarada que tu hijo.

Y salió.

La madre de Oscarcito, furiosa, tomó una virome y un pedazo de papel y con su letra de primero inicial redactó indignada:


Señora:

Ni se le ocurra pensar en casarse con mi hijo. Búsquese otro para tomarlo de estúpido. Mi hijo tiene madre. El es joven y tiene muchas posibilidades de contraer matrimonio con una mujer mas adecuada que usted, que lleva un vida licenciosa. Si tanto desea que la herede hágale un testamento y listo.


Ofelia G. de Michelleti”


Dobló el papel en cuatro y se lo puso a Oscarcito en el bolsillo. Media hora después sintió la puerta. Era el pelado que volvía.

- Ahí lo tenés. Ya es la hora. Acompañá a tu hijo a la casa de la degenerada esa... -le gritó todavía furiosa.

- ¡Vení nene! -llamó el pelado a Oscarcito. El pavote, como un resorte saltó de la silla y salió disparado para la puerta.

- Ulia, oje, oviaaa -clamó.

Y salieron.



Diez minutos mas tarde aplaudían en la puerta de Ana. Y unos instantes después se asomaba ella, doblada y lenta.

- Buenas tardes Doña Ana...

Ana sonrío.

- ¿Como le va?... ¿le dio la nota Oscarcito? -preguntó con su voz cascada.

En ese momento el bobo sacó la carta de su madre. El pelado intuyendo lo que decía, se la manoteó en el aire.

- Dame nene, para que vamos a andar con cartas... si estoy yo acá -dijo sonriendo.

- Venga pasen -los invitó Ana.

Instantes después, con un mate a centímetros de los labios el pelado decía:

- Y así es. Tanto yo como mi mujer no tenemos más que palabras de agradecimiento para usted.

- Bueno, gracias... de cualquier manera, las cosas no van a cambiar para Oscarcito... seguirá viviendo con ustedes y todo como hasta ahora... es una simple formalidad... para no meternos con abogados y esas cosas...¿vió?

- Claro, entiendo.

- Bien, ¿y cuando le parece que...?

El pelado se apuró a succionar el mate.

- Cuando usted disponga, Dona Ana.

- Bueno si es así, por mí, que sea mañana mismo... total...

- ¿Mañana mismo? -se asombró, pero enseguida coincidió:

- Esta bién, me parece muy bién... ¿mañana, entonces? -sonrió el calvo.

- Si. Venganse tempranito para acá, con su señora y Oscarcito. El civil que me toca es el de la Avenida... es el del barrio de mis padres. Es que nunca hice cambio de domicilio... -explicó.

- Bueno, pero... -se cortó el pelado pensativo.

Ana lo miro. Pareció que iba a poner algún reparo, pero terminó con una sonrisa.

- Chst, no nada, ¡esta bien! ¡mañana estamos los tres acá!

- No se me olvide la libreta de Oscarcito... -le recomendó Ana y pensativa preguntó- ¿nos faltará algo más?

- Me parece que nada más -contestó el calvo encogiéndose de hombros.

- ¡Ah, la hora!... -recordó Ana-... tratemos de estar temprano así no hay tanta gente -justificó.

Michelletti asintió y se puso de pie.

- Bueno nuera... -sonrió- mañana estamos todos por acá a eso de las ocho y media.

Ana sonrío también con la palabra “nuera” y el bobo por ósmosis pegó una tonta risotada y dijo:

- Teeetaaa oviaaa uliaaaa ojeee.

Wednesday, August 17, 2005

Capitulo LXV

LXV

- ¡Viejo! ¡Viejo!... ¡Vení!

El pelado canoso de cara fácil, llegó hasta el sitio de donde provenían los gritos. Era en la cocina. Sentados a la mesa estaban Oscarcito y su mujer. Esta última agitaba un papel en el aire.

- Mirá lo que le encontré al nene. Vení, tomá, leé. -Dijo extendiéndole la carta y batiendo records de órdenes por cantidad de palabras.

El pelado fué, tomó y leyó.

“Rosario 14 de Diciembre de 1987.-

Señor Michelletti:

Le escribo estas líneas para comunicarle mi deseo de casarme con Oscarcito. La razón de esta es mi decisión de hacerlo heredero de mis bienes sin mayor trámite. Por este motivo le agradecería pasar por mi casa para, si está de acuerdo, ultimar detalles y escuchar sus sugerencias. Mi intención sería, en caso de contar con su aprobación, que la boda se realice a la brevedad.

Gracias.

Ana Santana.”

El pelado, sonriente, apartó la carta y miró a su mujer.

- ¿Que te parece? -exclamó. Y volviéndose a Oscarcito lo palmeó con fuerza.

- ¡Te felicito, macho!

- Auuaaua, teeeetaaaa -contestó Oscarcito.

- ¿O sea que te parece bién? -terció su esposa, extrañada.

- Bien no, ¡fabuloso vieja! ¡Oscarcito se va a casar! -exclamo eufórico. Y el pavote sintiéndose nombrado balbuceó:

- Nooovia, teeeetta, ulia, uliiiaaa.

Su mujer en cambio saltó como leche hervida.

- ¿Fabuloso? ¿Pero vos sós o te hacés?... ¿qué te creés que es nuestro hijo?... ¿vas a dejar que se case con una puta como esa?... ¿que tenés en la cabeza?... ¿no ves que es poca cosa para el nene?... ¿no ves que...

El pelado, harto de escuchar boludeces, la interrumpió:

- ¡Pará, pará un poquito! ¿No ves lo que es nuestro hijo?

- ¿Que tiene el nene? ¿que tenés que decir del nene? -se encocoró ella.

El pelado suspiró.

- Mirá Ofelia, el nene no es ninguna joyita. Y ya era demasiado lo que Doña Ana hacía por él. Y ahora encima...

Ella lo interrumpió.

- ¡No me hablés de “lo que hacía por él”! -gritó- ¡Si sabés que yo me opuse desde el primer momento a “lo que hacía por él”! -recalco irónicamente-. Fué por tu insistencia y para que no hiciera papelones en la calle que miré para otro lado. Pero esto ya no, es demasiado... ¡no! -repitió tajante- ¿me entendés?

- Pero ¿no te das cuenta del sacrificio que hizo esa mujer por Oscarcito?... ¡y encima ahora mirá lo que va a hacer para ponerlo de heredero!... ¡o te crees que es un orgullo...

- ¿Que vas a decir?... -volvió a interrumpirlo airada- ¡Vos sos el que no se da cuenta!... ¿no ves que esa quiere salvarse de vestir santos con nuestro hijo?... ¡ni loca voy a dejar que mi hijo cometa ese error! ¡para algo tiene madre!...¡estás loco!... ¿con todas las chicas lindas que hay se va a casar con ese vejestorio? -se preguntó.

El pelado la observó entonces con una expresión a medio camino entre el hastío y la lástima. Luego caminó hasta la puerta y antes de salir se volvió y le dijo:

- ¿Sabés una cosa?

- ¿Que?

- Vos sos más tarada que tu hijo.

Y salió.

La madre de Oscarcito, furiosa, tomó una virome y un pedazo de papel y con su letra de primero inicial redactó indignada:

“Señora:

Ni se le ocurra pensar en casarse con mi hijo. Búsquese otro para tomarlo de estúpido. Mi hijo tiene madre. El es joven y tiene muchas posibilidades de contraer matrimonio con una mujer mas adecuada que usted, que lleva un vida licenciosa. Si tanto desea que la herede hágale un testamento y listo.

Ofelia G. de Michelleti”

Dobló el papel en cuatro y se lo puso a Oscarcito en el bolsillo. Media hora después sintió la puerta. Era el pelado que volvía.

- Ahí lo tenés. Ya es la hora. Acompañá a tu hijo a la casa de la degenerada esa... -le gritó todavía furiosa.

- ¡Vení nene! -llamó el pelado a Oscarcito. El pavote, como un resorte saltó de la silla y salió disparado para la puerta.

- Ulia, oje, oviaaa -clamó.

Y salieron.

Diez minutos mas tarde aplaudían en la puerta de Ana. Y unos instantes después se asomaba ella, doblada y lenta.

- Buenas tardes Doña Ana...

Ana sonrío.

- ¿Como le va?... ¿le dio la nota Oscarcito? -preguntó con su voz cascada.

En ese momento el bobo sacó la carta de su madre. El pelado intuyendo lo que decía, se la manoteó en el aire.

- Dame nene, para que vamos a andar con cartas... si estoy yo acá -dijo sonriendo.

- Venga pasen -los invitó Ana.

Instantes después, con un mate a centímetros de los labios el pelado decía:

- Y así es. Tanto yo como mi mujer no tenemos más que palabras de agradecimiento para usted.

- Bueno, gracias... de cualquier manera, las cosas no van a cambiar para Oscarcito... seguirá viviendo con ustedes y todo como hasta ahora... es una simple formalidad... para no meternos con abogados y esas cosas...¿vió?

- Claro, entiendo.

- Bien, ¿y cuando le parece que...?

El pelado se apuró a succionar el mate.

- Cuando usted disponga, Dona Ana.

- Bueno si es así, por mí, que sea mañana mismo... total...

- ¿Mañana mismo? -se asombró, pero enseguida coincidió:

- Esta bién, me parece muy bién... ¿mañana, entonces? -sonrió el calvo.

- Si. Venganse tempranito para acá, con su señora y Oscarcito. El civil que me toca es el de la Avenida... es el del barrio de mis padres. Es que nunca hice cambio de domicilio... -explicó.

- Bueno, pero... -se cortó el pelado pensativo.

Ana lo miro. Pareció que iba a poner algún reparo, pero terminó con una sonrisa.

- Chst, no nada, ¡esta bien! ¡mañana estamos los tres acá!

- No se me olvide la libreta de Oscarcito... -le recomendó Ana y pensativa preguntó- ¿nos faltará algo más?

- Me parece que nada más -contestó el calvo encogiéndose de hombros.

- ¡Ah, la hora!... -recordó Ana-... tratemos de estar temprano así no hay tanta gente -justificó.

Michelletti asintió y se puso de pie.

- Bueno nuera... -sonrió- mañana estamos todos por acá a eso de las ocho y media.

Ana sonrío también con la palabra “nuera” y el bobo por ósmosis pegó una tonta risotada y dijo:

- Teeetaaa oviaaa uliaaaa ojeee.

Licencia de Creative Commons
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.